lunes, 4 de julio de 2016

Un buen hombre






Por primera vez en su vida pertenecer al regimiento de infantería le hizo sentir  miserable.
No había escogido ese trabajo por las pocas ofertas laborales que le habían ofrecido ni por su precaria situación económica. El estaba hecho para ver a todos aquellos pobres diablos expirar bajo su mirar impasible.
Sus rezos de ultima hora , los gritos viscerales, las falsas palabras de afecto fingidas que le dirigían.
Le gustaba verlos quebrarse. Desmoronarse. Disfrutaba cuando se orinaban encima, cuando se desplomaban ante su indiferencia, cuando enloquecían ante su visión.
Mentía a todos sus conocidos diciendo que se vio obligado a tomar aquel empleo despiadado. Fingía cuando abrazaba a su mujer por la noche y le decía lo ruin que se sentía en algunas ocasiones.
Nunca se había sentido miserable. Cada vez que apuntaba el gatillo hacia aquellos hombres, mujeres y niños algo dentro de el crecía y se expandía. Su propia vida, su miseria personal, el hecho de vivir en aquel piso pequeño rodeado de ratas, la infelicidad que le producía haber sido emparejado con una desconocida a la que solo le unía una noche de deseo y aquel horrible bebe que no paraba de llorar . Todos los malos momentos de su vida se difuminaban ante aquel desfile de dolor y su propia tristeza parecía disminuir.
Lo había comprendido en secreto hace años cuando le deseaba el mal a los vecinos a los que saludaba sonriente. Cuando soñaba con que sus compañeros de clase tuvieran peores calificaciones que el. Cuando sus mejores amigos le contaban lo bien que se lo habían pasado el fin de semana y su único deseo era que vinieran acompañados de desdichas, de tragedias, de muerte.
Habia matado antes sin saberlo .Porque se puede matar de muchas maneras, a veces sin que sea necesario apretar el gatillo. A veces sin saberlo.
Con silencios y con miradas cargadas de afecto prefabricado. .Destrozando a esas personas en su mente. Las había despojado de la felicidad porque era un bien que nunca supo compartir.
Su tristeza solo era posible si el mundo entero era triste. Si lloraba con el.
No sabia como combatir la felicidad.
Todo fue bien hasta aquel día.
La chica tenia dieciséis años y era hija de un comunista. El y sus compañeros del peloton de fusilamiento siguieron el protocolo. Primero sus compañeros fusilaron a los pequeños de la familia. Dos niños de seis años. Estaban fuertemente agarrados a las manos de sus padres cuando se desplomaron en el suelo. La madre tambien callo sobre sus cuerpos como si ella hubiera recibido el impacto de las balas. Su cuerpo que siguió con vida durante unos segundos había expirado en aquel mismo segundo. Luego liquidaron al padre que miraba impasible hacia su verdugo, tal vez intentando buscar una emoción en su rostro que le permitiera empatizar con su sufrimiento.
La chica fue la ultima. Ese era su disparo en esta ocasión. Sabia que en su rostro podría leer todo el dolor de lo acontecido, que se contorsionaría en una espiral de locura y autodestrucción. Que la perdida y la ira se manifestarían en cada uno de sus gestos.
Pero no. Aquel cuerpo no respondía. Estaba rígido. La chica lo miraba fijamente pero no habia tristeza en sus facciones.
Una sonrisa gigantesca acompañaba su cara. Una mirada desafiante. Llego incluso a reir a carcajadas en aquellos momentos.
Debía estar loca. No lo comprendía. 
-Míralos- le dijo
-Míralos desgraciada, están todos muertos.
Pero ella no dejaba de reír y de sonreirle. 
Por primera vez en dieciséis años se le quebraba la paciencia. La mano le temblaba. Sus compañeros lo  miraban sorprendidos, intentando preguntarse que estaba pasando. Finalmente Sean que había disparado al padre liquido a la chica.

Aquella noche no pudo dormir. Su mujer le pregunto como había ido en el trabajo y por respuesta se encerró en en un cuarto en el que estuvo varios días. Cada vez que recordaba esa sonrisa sentía una sensación que le oprimía el pecho y le dejaba sin respiración.
El vencedor estaba vivo y debería regodearse en su buena fortuna.
Pero desde el momento en que la carcajada se disparo había sido una bala que se le incrusto en el alma.
Nunca en todos sus años de trabajo le había pasado algo así.
Aquella sonrisa era la victoria de todos los vencidos.
Porque la felicidad es un arma que los que nos quieren ver hundidos no entienden.
Porque la felicidad puede hacer a los que tienen egoísmo y deslealtad alojada en las entrañas desangrarse en un solo segundo.


Porque alguien había muerto pero aquel día el fue  el vencido.


El único vencido.

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