domingo, 15 de febrero de 2015

Boardwalk Empire: Análisis de una obra maestra





Hace tiempo que vi una serie que me ha cautivado por completo al punto de convertirme en una adicta de sus capítulos.
Se trata de Boardwalk empire, esa radiografía de gangsters que una vez exhibió la HBO. Pero como no me gusta conformarme con el simple borde de las cosas no puedo añadirle un subtitulo tan trillado como ese: serie de gangster. Ya que Boardwalk empire nos habla de la aparición de grandes figuras como el carismático Al Capone o Lucky Luciano pero eso solo es una excusa para adentrarnos en una época salvaje donde la implantación de la ley seca era solo una excusa para mover el negocio mas rentable de toda la historia: la venta de alcohol ilegal.
Así se nos presenta Nucky Thompson ,figura estelar que busca con sus contraluces eclipsar a todos los demás personajes. Niño prodigio que lo ha conseguido todo con el trabajo duro y los pactos que ha tenido que saldar con el diablo. Victima y verdugo de la época convulsa en la que se ha tenido que hacer un rey pero sobre todo animal salvaje y hambriento que ha pasado toda una vida observando banquetes de jaurías de lobos y se muere por dar un bocado a esa pieza tan gustosa que se llama poder.
Porque Nucky a pesar de todo es humano y ha tenido sus momentos para decidir donde estaba la linea que es imposible cruzar pero ha decidido vivir a costa de sacrificarlo todo, a costa de sacrificarlos a todos.
Imposible no hablar de la figura de Gillian Darmody: mitad niña , mitad mujer. Que ha crecido usando sus encantos y buscándole una explicación a la vida entre amante y amante, de colchón en colchón. Pérfida y maquiavelica, capaz de usar a su antojo la vida de su hijo Jimmy para satisfacer sus necesidades o su deseo de venganza. No consigue oscurecer el perfil de su hijo. Vaquero cojo y sombrío de un western diferente. Joven con grandes ansias de crecer pero tan hambriento como los chacales con los que ha crecido. Deseoso de tomarse siempre la justicia por su mano y ahogar sus penas en un buen vaso de whisky escoces. Alumno aplicado que busca superar a su maestro para alzarse sobre el aunque eso signifique llenarse las botas de un poco de sangre fresca.
Tampoco debemos dejar atrás nombres como el de Nelson, Richard Harrow,  Al capone o Chalky.
El primero de ellos que consigue llevar una tras otra temporada adelante avanzando desde su papel de policía anclado en la moral, la ética, las normas y un fanatismo religioso exacerbado a pecador sublimado y sin remedio.
Porque en esta serie todos los personajes tienen algo de victima y verdugo, de santo y pecador, capaces de lo mejor y lo peor que pueda dar de si un ser humano, pecadores orgullosos que sin embargo antes de acostarse siempre vuelven una mirada hacia el pasado, para averiguar en que punto simplemente dejaron de ser corrientes seres humanos.
Hay algo palpitante que se esconde detrás de la pantalla, algo que nos hace identificarnos, encontrar la materia de un ser humano tras el traje de un actor.
Es esa dualidad de caracteres la que nos hace seguir la vida de todos estos personajes que en el fondo no se nos hacen demasiado lejanos, que consiguen atrapar nuestra atención y cautivarnos.
Porque detrás de cada fotograma y de cada plano hay algo muy humano.
La esencia misma de un espíritu, algo que hace que toda la serie encuentre una figura solida sobre la que sostenerse consiguiendo llegar a grandes cimas de lo sublime y épico.


Detalles como el segundo matrimonio de Nelson y sus brutales y cómicos cambios de humor, la oportunidad que ve Nucky en Margaret para poder recuperar su humanidad, Jimmy y su madre durmiendo muy cerca en la misma cama, ambos esclavos de un deseo tomado y sometido que no ha tenido tiempo de crecer sano y libre, al que le han quemado las alas antes de poder aprender a usarlas.
Al capone enseñando a su hijo una melodía con la ternura mas gigantesca que veremos alguna vez en la pantalla ancha para luego colarnos otro plano donde se le ve darle una paliza a un pobre chico por servirle mal el café. Richard Harrow imaginando a todos sus seres queridos en el porche de su casa.


Es imposible odiar alguna temporada solo porque ha tenido la baja de un personaje por que como en otras joyas como ''Breaking Bad'' consiguen inmortalizar cada paso, cada actuación, cada arrebato de vida y sublimar a los personajes, darles una muerte digna, mitificarlos antes de decir corten.



 Y si todo esto no os ha motivado a buscar rápidamente en google el nombre de la serie no se que mas puedo contaros en este espacio.


Boardwalk empire es una serie que como el buen whisky esta hecho solo para paladares que saben aceptar que el fuerte alcohol les abrase la garganta pero que aceptan el desafió sabiendo que ese sabor que se les queda pegado en la comisura de los labios es lo mas exquisito que probaran nunca jamas. Aunque a fin de cuentas  ese sabor, como todos los placeres de la vida nos destruya un poco mas por dentro a base de elevarnos.



sábado, 14 de febrero de 2015

Historia de un par de instantaneas





Siempre asocio su nacimiento a una gran catástrofe , aunque en aquellos primeros años tiernos y infantiles estuviera velada por la ignorancia y el desconocimiento.
Aquello le ocasionaba siempre habituales problemas de conducta que un día derivaron en la aparición del duende: personaje mágico de su primera infancia que personificaba toda la frustración que sentía al haber sido dique remolcado que para llegar a la orilla tenia que  enfrentarse  a varios navíos que llevaban años en el mar.
Su madre también sintió sobrevenir la catástrofe pero estaba tan acostumbrada a los cataclismos internos que lo soluciono con un poco de vodka y telebasura diaria.
El día que emprendían un viaje por el mediterráneo fue el elegido para conjurar todos aquellos fantasmas pasados de los que debía vestirse para dejar atrás la infancia y entrar en un territorio diferente.
Entonces supo con precisión cuando  vio a su padre tocar con cariño la mejilla de su tía que aquel gesto furtivo escondía un gran secreto, una mortaja ya velada que su propio nacimiento había encerrado en un ataúd.
Lo cierto es que cuando su voz atronadora proclamo la soberanía de la vida, un grito de pasión ahogada se hundió en un colchón que ya no encontraba pretexto ni modo para seguir abrasando el mundo bajo la lozanía de su cuerpo y los deseos insatisfechos de su alma.


De un modo anarquico había empezado su camino hacia la delincuencia. Llevaba la contraria a los profesores, atemorizaba a sus compañeros, a veces se ponía a gritar en mitad de la calle. Otras dejaba el gas abierto cuando salia de casa o la emprendía a golpes con las jaulas de colibrís de su vecino.
Un día llego incluso a llenar de excrementos recogidos en la cuadra los colchones de sus padres.
Era un niño imposible, temerario, hecho de una furia violenta que amenazaba con una llamada de atención constante.
O eso le habían dicho los múltiples psicólogos con los que había hablado a lo largo de su vida.
Era una llamada de atención paterna decía el diagnostico general pero el sabia que no, que aquello era mucho mas.
Y como aun no sabia definir la rabia que crecía en su interior, estrujándole los sentidos, culpaba al duende, aquel primer y único amigo que lo acompañaba en todas sus fechorías sirviendole como fiel compañero de cada etapa.
Un ser en el que podían descargar todos sus instintos de autodestrucción sin miedo a ser razonados todavía por la falta de certezas de su temprana mente.


Su padre sin embargo lo atribuía todo a una gran falta de disciplina pero parecían importarle bien poco sus problemas de conducta. Tan solo se conmovía contemplando el álbum de fotos familiar donde aquella chiquilla rubia y pecosa jugaba con su mano, trazando ya un destino fatal desde aquellos primeros planos familiares que tenían previsto narrar la historia de la familia.


El mismo hojeaba a veces el álbum pintando bigotes y cuernos en los trazos histéricos de sus antepasados, aquellos rostros escurridizos y siempre esperanzados que buscaban confesar  sus secretos mas oscuros a la cámara. Pero aunque lo desconociera una parte de si  mismo también observaba con nitidez pequeños detalles. Aquellos dos niños tostados por el sol  que jugaban en la arena, sintiendo ya la cercanía de sus infantiles y desconocidos cuerpos. Otra de toda la familia, los niños que se miraban distantes pero con ciertas sonrisas veladas. El noviazgo de sus padres que muestra una instantánea donde salen los cuatro. Sus tios y ellos, los ojos tiernos de antaño ya han aprendido a mirarse con agilidad y deseo. La boda de sus padres que muestra ya su primera instantánea propia que enumera el vientre abultado de su madre. Y su padre con la mirada cabizbaja, el deseo furibundo.
Nunca había visto la cara de un muerto pero la mirada de aquel hombre siempre se asocio para el con esa aparición letal que marca los cuerpos con el signo del olvido y del abandono de todos los placeres terrenales.



En aquel momento aun no podía determinarlo pero quería ayudar a su padre, salvarlo del destino fatal que se había trazado con su nacimiento, devolverle el brillo a aquellos ojos apagados. Por eso una noche se escurrió de entre las sabanas y se dirigió a su cuatro con unas tijeras metálicas. Colocado a horcajadas sobre aquel cuerpo vació y lejano  gritaba sin parar: ya estas muerto, ya estas muerto. Todo aquello mientras oscilaba las tijeras encima del vientre paterno haciéndolas mecerse sobre sus manecitas.



La pregunta había variado con el tiempo pero siempre era la misma: ¿Pensabas quitarle la vida a tu padre?


La respuesta aunque era siempre un rotundo y radical no, le había servido como pretexto para ser internado en aquel centro psiquiátrico.



No, no quería matar a su padre. Tan solo buscaba coserlo como había visto tantas veces en la televisión de mano de todos aquellos aclamados doctores. Quería coser en el de nuevo el amor, adherirlo con maña a su cuerpo.


Pasarían años hasta que comprendiera que el amor no es algo que puede cortarse y pegarse, que puede extraerse y luego colocarse a antojo en un cuerpo.





Su padre que se despidió del sueño y abrió unos grandes ojos llenos de temor y estupefacción tampoco lo comprendió.



La sonrisa estúpida de su rostro sin embargo siempre se archivo como la primera señal de su incipiente psicopatía.





De todos modos daba igual.
Basto aquel momento para convertir en monstruos a Oskar y su gran amigo el duende.
Bastarían muchísimos años mas para que aquellos mismos monstruos pudieran descubrirse ante los ojos de su creador para poder mirarlos por fin de un modo impasible reclamando la soberanía de un territorio que ya había sido trazado sin permiso, sin autorización, sin ningún tipo de piedad.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Sueño a carboncillo








Había salido a caminar con el pretexto de coger algunas moras silvestres.
El olor a fresno había ocupado el sitio que hasta entonces gobernaban sus pensamientos.
El aire puro hacia verdaderos intentos por renovar sus fuerzas maltrechas pero era tal la carga de sus ideas que se encontraba del todo exhausta y terriblemente cansada.
Algo la impulso de forma repentina a sentarse bajo la sombra de un alto árbol en el que el sol parecía deshacerse en caricias reconfortantes. Apenas habían pasado unos segundos cuando sintió la opresión de un peso candente sobre su mente, un manto negro evaporo del todo la escena que sus ojos estaban narrando y se vio transportada a otro mundo, a otra realidad harto diferente.
Era un bello corcel de pelaje blanco y aterciopelado que deambulaba de un lado a otro, sin encontrar un rumbo fijo para el que dirigir sus pasos, disfrutando simplemente del paisaje interno que se dibujaba en sus sentidos cada vez que torcía una esquina.
El viento azotaba su pelo y traía consigo nuevas rutas. La hierba fresca y la arena iban despedazándose mostrando un sinfín de caminos que prometían toda una serie de posibilidades.
No se oía ningún ruido mas que el frenético latido de su corazón, pero era una melodía acompasada que la calmaba y la reconfortaba. Una banda sonora que sin duda traía consigo un montón de recuerdos cálidos aglomerados de manera afectuosa.
De repente en medio de la nada la sorprendieron pastando dos carros robustos y altos. No llegaba a ver a sus ocupantes pero ambos habían fijado su vista en ella y le dirigían palabras atentas que tenían como objetivo reclamar su atención.
Ambos iban portando cadenas, lazos, correas y látigos.
Todo tipo de instrumentos para adormecer su voluntad.
Estuvo un momento dubitativa, preguntándose acerca de sus intenciones. Era demasiada su ingenuidad por aquel entonces y aunque estaba velada por su torpeza a veces la conducía a destinos fatales ,tal como el que se le estaba presentando.
De pronto sintió que algo tiraba de ella. Que la empujaba en contra de su voluntad. El hierro candente se fundió con la carne como si hubiera sido siempre su verdadero dueño, como si el cuerpo siempre hubiera sido un traje de segunda mano, una hipoteca temporal.
Quiso resistirse y clavo sus pezuñas con fuerza a la arena pero un segundo lazo se enlazaba en su cuello con insistencia impidiéndole ejercer cualquier mínimo movimiento.
Si hubiera podido tan solo fijar su vista en las letras escarlatas que con sangre enunciaban el nombre  de los dueños de los carromatos habría visto que uno tenia el símbolo de la cruz y en el otro estaba pintado el poder del estado.
El poder del estado y la religión se estaban disputando su alma. Uno le prometía la salvación eterna, el paraíso y todas sus glorias. Una nueva vida, libre para emanciparse de sus errores.
Estado le ofrecía suculentos trozos de carne que buscaba que engullera con avidez sin pensar en las consecuencias. Seguridad, confort, familiaridad y unión.

Pero no era nada fácil.


Religión le hacia examen de conciencia.
Había pecado. Había pecado demasiado.
Pecaba de soberbia, gula, pereza, lascivia, odio. En su pecho estaba dibujado el sino de las pasiones, en su sangre se vertían mil demonios. Su humanidad al fin la había corrompido para todos aquellos reyes celestes que la querían perdida y corrupta pero a fin de cuentas dispuesta a vender a un precio demasiado bajo su cuerpo y su alma, a renunciar a la posibilidad de un destino propio, singular y merecido.

Estado le preguntaba por sus propios intereses y como empeñado en que eran una mancha buscaba extirparlos, arrancarlos del fondo de su alma como si fueran una mala hierba. Quería que le perteneciera con el mismo ardor y la misma fiereza con la que se entregaba a un amante.


Ambos exigían cosas de su cuerpo y de su alma que no podía entregar porque ya tenían dueño.
Ambos querían la mente y todos sus dominios pero ninguno se preocupaba del poder de convicción con el que podía engañar al verdadero dueño de sus afectos.


El hierro se aferro aun con mas fuerza a la carne forzándole a emprender carrera, haciéndole torcer las piernas como ejecutando un vals.


-Camina buey- le decían, muévete mas rápido. Debemos llegar pronto.


Ninguno se había percatado de que era mas que una bestia de carga, ninguno había valorado la belleza de su mirada salvaje ni lo aterciopelado de su pelaje, lo grácil de sus movimientos y la elegancia del conjunto de su cuerpo.


Era solo una bestia de carga que debía llevar el peso de algo que desconocía pero que marcaba los pilares de lo que significaba su existencia.


Tiraron de el de una manera tan frenética que al final acabo por sentir un crujir en el fondo del pecho.
La fuerza de las cadenas estaba separando su piel, sus huesos. Sus órganos caían en el suelo manchandolo de sangre, alimentando la tierra.
Podía ver su propio corazón al que ninguno de los ocupantes de los carros prestaba aun atención.
Su corazón abandonado trazando un paisaje nuevo en la tierra, tintando con su sangre silabas que los insectos que caminaban sobre el suelo iban transformando en pequeños poemas.



Abrió los ojos.



Había dormido demasiado rato. Su corazón palpitaba con fuerza. Su corazón, su corazón al fin siempre seguiría perteneciendole. Su única comunión era para con la tierra.
Hasta entonces era suyo para vaciarlo, despojarlo de sus armaduras, viciarlo con mil afrodisíacos, corromperlo, corromperlo para hallar en el la paz, corromperlo hasta la médula.



Y para el al fin nadie había inventado una cadena.