sábado, 16 de agosto de 2014

Rebelión.





Todo ocurrió de un modo precipitado y repentino.
Se coloco la pistola en la frente y con una calma inaudita presiono el gatillo.
Un profundo silencio reino en la habitación. Todos los ansiosos ojos lo miraron con expectación y una mezcla de miedo y admiración. Su mujer tenia una palidez enfermiza y se había tapado los ojos en un intento desesperado por ahogar las lagrimas.
Pero increíblemente el unico ruido que oyeron fue el hueco y sonoro ruido de la bala amortiguada. Acto seguido ella lo había mirado con un deje de desesperación que el había correspondido con la sonrisa mas esplendida con la que se podía teñir su cara.
Sabia que aquel tipo de proposiciones y entretenimientos que el se divertía en exponer en sus reuniones sociales conseguían que la mitad de sus acompañantes la dieran de lado pero encontraba en esa exposición ante el peligro, en ese danzar con la muerte la fuerza necesaria para poder levantarse cada mañana.
Ella nunca lo comprendió. Se había casado con un hombre extraño, huraño, distante y lejano.
La tenia constantemente aterrorizada y no disfrutaba mas que cuando ponía su vida en el peligro.
Le gustaba el juego y la bebida y cada día se enzarzaba en disputas con numerosos corredores de apuestas. Había aprendido que nunca debía coger el teléfono por mas que sonora y tampoco abrir la puerta pasadas las doce de la noche.
Desde que se habían casado no había pasado una sola noche en casa. El juego y la bebida eran el hasta que la muerte nos separe que había comulgado ante la beatifica mirada del sacerdote y el rubor de las mejillas de ella. .
Y ella lo había aceptado con paciencia y resignación .Por que lo cierto era que le amaba como nunca había amado a nadie con un extraño sentimiento de posesión; como se ama a algo que sabes que no puedes controlar, como se ama a las fuerzas salvajes de la naturaleza, a las tormentas, los incendios, los huracanes
Un amor sin comprensión que te acerca hacia el abismo pero te hace rehuir de el constantemente.

Pero siempre acepto su amor como una especie de  religión que debía aceptar con sus peores y sus mejores cosas, con sus limites y excesos.

Sin embargo el siempre supo que aquella extraña adicción suya seria la única cosa estable y permanente en su vida que conservaría con el paso de los años.
Lo descubrió siendo un niño cuando reto a su hermano a colocarse en las vías del tren diez minutos antes de que este pasara.
Las reglas eran simples. Debían permanecer allí hasta poder atisbarlo. El pequeño se orino encima mientras esperaban y dependiente de el como era no se separo de las vías hasta que este no se lo ordeno. Cosa que tuvo que hacer mucho antes de lo esperado al ver el terror reflejado en sus ojos.
Odio siempre ese olor y las preguntas insistentes de su madre al ver a su hermano cabizbajo y asustado, refugiándose en su cuarto.
Era el olor de la derrota, el olor del fracaso, de la miseria humana y ese olor nunca le acompañaría. Nunca dejaría que penetrara en su mente ni tampoco en su cuerpo. Lo repelería con audacia y con valentía. Lo expulsaría de su casa, de sus conocidos, de sus amigos.
Haria el amor con el peligro aunque el orgasmo fuera una sentencia de muerte que le asediara constantemente.
Todos los que le amaban lo sabían. Ese matrimonio lo consumiría mas que ninguna otra unión.
Necesitaba sentir una constante falta de aire en sus pulmones para poder aspirar a que ese aire le acompañara un día mas.
La falta de oxigeno en sus pulmones le hacia respirar.
Lo había visto en algunos insectos de algunas clases.
Seres misteriosos y extraños que siempre caminaban hacia el vació en busca de una razón que diera sentido al resto de sus días.
Así era su vida. Caminando bajo la cuerda floja, sonriendole al enemigo, tentando al peligro.

Sabia que cada uno de sus actos lo alejaba de ella. Que lo separaba irremediablemente del resto del mundo pero sus amores aunque harto diferentes en el fondo tenían cosas en común.
Ambos amaban un ideal que se les evaporaba en las manos y ambos de forma servil no podían aspirar a mas que a aquel amor truculento y egoísta.
Para el; era simple.
Era su forma de pertenecer a este mundo. De fijar sus huellas bajo la tierra y crearse un deambular.


Era su forma de gritarle a la vida que había algo mas que ella ahi fuera.
Su forma de esconder el miedo que le había hecho rechinar los dientes aquel día frente a las vías del tren y ahogar su llanto con una mirada temeraria.
Porque el también tenia miedo, mucho miedo. Tenia un miedo constante de todo y de todos. Un miedo que le obstaculizaba cada paso que daba.
Pero el día que la muerte viniera a visitarlo no adoptaría una postura cobarde y temblaría ante la cercanía de su presencia.
Le plantaría cara, revestiría su miedo de locura, ahuyentaría al niño que lloraba.


Seria aquel niño temerario.


Aquel niño que no temblaba.

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