domingo, 25 de noviembre de 2012

Observa al niño mientras hojea su libro







El pequeño ha hundido sus manos en la arena y suelta una risa sonora y risueña.
Sus ojos brillan con el sol y se mueve indeciso y temeroso.

Comienza a colocar montones de arena sobre otros con mucha destreza mientras unas gotas de sudor caen sobre su menudo cuerpo.
Sus ojos están concentrados en ese montón de arena y no puede parar de preguntarse que debió de sentir el al erigir su primer castillo de arena.
El niño cada vez parece mas interesado en su actividad y pasa horas hallando dependencias y formando nuevos niveles.
Ha creado una pequeña muralla defensiva, y tal vez unas altas torres.
Mientras da forma a la arena comienza a emitir vocecillas de frenesí.
Su ímpetu le hace sonreír y su ilusión le transmite una sensación placentera.


De repente una pierna traviesa derrumba la inmensa montaña de arena deshaciendola en sus dedos.
Una pareja de niños corre enérgica a través de la playa sin pararse a mirar por donde pasa.
El hombre se sorprende abandonando su lectura y enfrentándose a los niños mientras el pequeño fija su mirada en el castillo destrozado y rompe en sollozos.

Los niños intentan excusarse entre risas ahogadas y frías miradas impasibles.
Al poco rato desaparecen entre la gran multitud que camina de un lado a otro para llegar a algun rincón de la cala.

Coge al pequeño en brazos y intenta calmarlo pero todo es en vano.
El mismo se encuentra alterado de sobremanera.


Nadie entiende nada.
Nadie comprende nada hasta que no pierde el objeto en el que invierte mas tiempo.
Es esa sensación tan humana de dejar huella que ciega a todo el mundo.
Esa necesidad de hallar la perfección en algo o en alguien.

La ilusión que se invierte en hacer surgir algo tangible de la nada.

El tiempo que se dedica en comprender que todo lo que ha sido creado, ha de ser también destruido por la erosión del tiempo.

Y busca con sus ojos los del pequeño para tratar de hacerle comprender la fugacidad del tiempo y lo efímero de la vida.
Pero sus pequeños ojitos antes llenos de vida, se han cerrado del cansancio y el sopor del disgusto.


Mañana apenas recordara el incidente y sus ojos curiosos buscaran otro lugar donde hallar eso que sin saber ha perdido tiempo atrás.

Se sienta sobre la hamaca con su pequeño y caluroso cuerpo encima mientras observa a los pequeños vándalos correr.


La vida transcurre a base de esos pequeños momentos donde uno descubre que los sueños y las metas no son mas que arena que se nos escurre entre los dedos.
Y nadie parece percatarse de ello hasta que es demasiado tarde porque aunque no lo sepan todos hallan la perfección en el esfuerzo y el tiempo invertido.
Aunque el objeto sobre el que dedican tantos minutos de dedicación sea algo de una belleza que se pierda en segundos.


Porque tal vez aunque ni el mismo lo comprenda, en eso consista levantarse cada mañana.





Y con esa sensación deja el libro y se sumerge en el mar con el niño.

Dejando que las gastadas olas produzcan el efecto de las letras sobre su cuerpo.
Helando sus huesos con la única intención de alejar de sus cuerpos el calor.


Haciendo que las gotas de agua produzcan múltiples sensaciones sobre sus pieles que luego se evaporaran con un rayo de sol.

Como un grupo de letras prestadas.

Como la propia vida.

Como la nostalgia, lo vivido y el recuerdo.


Pero ahi algo que el tiempo no puede destrozar.




La perfección de vivir con intensidad cada segundo.



Por eso cuando el niño vuelve a abrir de nuevo los ojos solo lo invade una sonrisa.



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