sábado, 20 de octubre de 2012

Su abuelo solía llevarlo




 a la casa de la montaña cada invierno.
Solían pasar horas pescando. Pero aquel invierno , el atroz frió y la espesa capa de hielo inmensa que había cubierto el sendero que llevaba hasta el rio, habían imposibilitado la operación.

Un día mientras intentaban calentarse pegados a aquella chimenea, alguien toco la puerta.

Era aquella mujer extraña que vivía en la casa de al lado del rio.

Joseph miro a su abuelo y vio una punzada de terror en sus ojos.
Siempre le habían enseñado a confiar en las verdades universales que las expresiones de los demás mostraban.
Su madre solía decir que toda verdad residía en los ojos.
Por eso aquel día un nudo de miedo le bloqueo la garganta.

Solían decir muchas cosas de aquella mujer.
En el pueblo se contaba que había hecho un pacto con el diablo para que le confiriera poderes mágicos  que la dotaran de la capacidad de sanar a los pueblerinos con raros ungüentos y objetos extraños.
Solían decir que caminaba desnuda sobre la nieve y que había asesinado a su marido y a su hija, que habían sido enterrados quince años antes por unas gripes que asolaron a la población.
Se basaban en el asesinato e ignoraban la enfermedad debido a que el día del funeral, aquella extraña mujer se había recluido en su casa y no había marchado a despedirlos.

A partir de aquel día no salio de casa pero siguió curando enfermos.

Le extraño que su abuelo le abriera la puerta a la bruja pero no dijo ni una palabra.
Se sentaron al lado de la chimenea y tomaron un te de hierbas.


Le inquieto ver a su abuelo tan nervioso pero pensó que era la presencia de aquella mujer y los chismes de los pueblerinos lo que lo tenían en aquel estado.
Intento leer los ojos de aquella mujer pero no pudo hallar ninguna verdad.
Se diría que resultaba totalmente inverosímil como todo el hielo de la entrada.
Existía por condición propia no conducía a ningún análisis interesante.

Por mas que intentaba leer en su mirada solo veía una inmensa capa de hielo que le daba miedo cruzar.


La mujer miraba fijamente a la chimenea como queriendo que el calor le derritiera el frió de las venas pero la desdichada no conseguía calentarse.

Nadie dijo una palabra en media hora , hasta que su abuelo lo mando a acostarse.

El no quería dejarlo a solas con aquella mujer pero se marcho a la cama y estuvo dando vueltas indeciso hasta después de media noche.

Antes de que el sol cubriera de luz la nieve , bajo las escaleras y la escena que contemplo lo dejo atónito.


Su abuelo y la mujer estaban recostados en un colchón , al lado de la chimenea.
Los brazos de el envolvían sus hombros y una mirada de placidez cubría su cara.
La mujer miraba distraída hacia el vació y ni siquiera se percato de su presencia.


Era la primera vez que vio a su abuelo sonreír pero no puedo pensar mas que en que  estaba embrujado.



A la semana siguiente su abuelo estuvo realmente agitado.

Solía sollozar por las noches y se retorcía en violentos espasmos en sus pesadillas.


Joseph creía que estaba embrujado porque apenas le dirigía la palabra desde la visita de aquella extraña mujer y por mas que quiso leer algo en su semblante solo hallo dolor y tristeza.

La mujer no volvió a la casa por mas que su abuelo mirara la puerta fijamente.

Las paredes se llenaron de moho y de recuerdos y el hombre no podía hacer mas que salir  a pescar para espantar aquellos momentos de ansiedad.

Siempre animaba a Joseph a acompañarlo pero el niño tenia demasiado miedo a aquel invierno atroz y nunca se animaba a ello.


Una mañana fue tanta la insistencia del viejo que tuvo que ponerse un abrigo enorme y acceder a sus peticiones.

El hombre caminaba con paso decidido sobre el hielo sin mirar nada mas.

Cuando hubieron bordeado el sendero que rodeaba el rio  a Joseph lo invadió una sensación atroz de pavor y se marcho sin atender a las exasperantes llamadas de su abuelo.


El viejo no volvió aquella noche ni tampoco a la mañana siguiente.


Pasaría mucho tiempo antes de que nieto y abuelo se volvieran a encontrar.

El entierro se ejecuto a la semana siguiente cuando hubieron sacado el cuerpo del anciano del rio.


Contaron que estaba encogido con una extraña sensación de placidez en los labios.



Nadie culpo a la extraña mujer que vivía al lado del rió pero todos supieron que había sido ella la que lo había conducido a dar aquel paso fatal.


En especial Joseph.


La gente decía que aprendía toda su magia oscura de libros.

Contaban que quien iba a aquella casa quedaba impregnado de moho y de recuerdos.
Que la turbadora mirada de aquella anciana le helaba el corazón a cualquiera y que encontrar una brizna de calor en sus manos era todo un reto imposible de ejecutar.


Decían que vivía rodeada de libros y de gatos salvajes que resistían a las grandes temperaturas y que eran en realidad espíritus malignos.







En el fondo lo unico que aterraba a la gente era su conocimiento.


Aquella mujer sabia de retorica y no creía en las casualidades.
Se servia de las paginas de los libros para enhebrar su mensaje y se escondía de las habladurías con una falsa inexpresividad.


Conocía las grandes verdades y había llegado al limite de la vida y de la muerte con la ayuda de unos versos.

Tenia el secreto de la felicidad en los labios y el de la tristeza infinita pegado en las pestañas.


Una mujer que elegía como compañía un par de libros estaba maldita para aquellas gentes.


 Y joseph lo sabia.



Lo supo el día en que vio aquella extraña sonrisa en la comisura de los labios de su abuelo.





Una mujer que traía tanta felicidad con un simple silencio estaba abocada a cosechar la tragedia en el corazón de un hombre.

Porque sabia que amar se trataba de eso.

Y a Joseph que buscaba la verdad absoluta en la simpleza de una mirada y no quería hallar inquietud o pregunta alguna, aquello siempre le dio miedo.







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