domingo, 9 de septiembre de 2012

Tenia siete años






cuando paso aquel fin de semana con sus abuelos.
Lo recuerda vagamente,como una anécdota mas,pero con un infinito cariño.
Había pasado la tarde ensimismada,viendo sin ver, analizando todo lo que la rodeaba.
Hasta que dio con aquel libro en el fondo de una estantería.
Es curioso como uno puede llenar de polvo y suciedad una reliquia de la calidad de aquella.
Pero las mejores cosas de la vida están escondidas a la visión común.
Aquel día lo supo al abrir la primera hoja.

Supo que la vida es como esos libros que te encuentran , como esos libros que te eligen sin necesidad de que los elijas tu.
Que la vida son esos pequeños detalles que lo marcan a uno para bien o para mal.

Supo que en la incertidumbre y en la falta de certezas esta la mejor orientación.

Que las mejores cosas de la vida ocurren de imprevisto, sin pedir permiso para introducirse en tu día a día.

Sin tener en cuenta las cerraduras,los limites o las fronteras.



Irrumpiendo en la vida con fuerza y coraje.



Tenia siete años cuando empezó a comprender la vida.
Pero pasarían muchos mas hasta que entendiera que algunos vivían de esos pequeños momentos.
Sin decidirse a tomar un camino u otro, analizando las posibles vidas que podrían haber vivido, los momentos que se habrían perdido.
Escrutando todas las posibilidades hasta que se les escaparan de los dedos.
Abandonando una opción u otra por fuerza mayor.

A veces aprendiendo sobre la delicadeza de las cosas con la mera observación.
Y otras aprendiendo a caminar a base de golpes,dolor y hastió.

Sin pensar en encontrarse sin errar.

Sabiendo a ciencia cierta que en los errores  y en los giros bruscos del destino residía el verdadero conocimiento de uno mismo.

Y ojala hubiera podido aprender a vivir de otra forma.

Pero habría sido infinitamente mas aburrido.

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